El Día de Muertos, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2008, es una celebración profundamente arraigada en la cultura mexicana, aunque sus orígenes, según investigaciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), provienen del sincretismo entre las tradiciones indígenas y las prácticas católicas introducidas en el siglo XVI.
La historiadora Elsa Malvido, quien dedicó 44 años al estudio de esta festividad, señaló que elementos como los altares y las vigilias en los panteones reflejan esta mezcla cultural, en lugar de una continuidad directa desde las prácticas prehispánicas.
Malvido explicó que la festividad actual combina símbolos y elementos de ambas tradiciones. Las ofrendas y decoraciones como las calaveras y la flor de cempasúchil son muestras del sincretismo entre la influencia española y los elementos de las creencias indígenas.
En Oaxaca, el municipio de Santa María Atzompa vive esta festividad como una velada en la que sus habitantes adornan las tumbas de sus seres queridos y celebran el retorno de sus difuntos; sin embargo, la tradición enfrenta desafíos modernos como la gentrificación, lo que altera el ambiente de calma y espiritualidad que define esta noche.
A lo largo del tiempo, el Día de Muertos ha evolucionado y cambiado con la historia de México, incluida la separación entre Iglesia y Estado en el siglo XIX y la reafirmación de su carácter indígena durante el cardenismo. Sin embargo, a pesar de estos cambios y desafíos actuales, esta festividad sigue siendo un símbolo de identidad cultural y de respeto hacia los ancestros, reflejando la riqueza del sincretismo mexicano.