El 11 de septiembre de 2001, el mundo fue testigo de uno de los ataques más devastadores de la historia moderna, cuando 19 terroristas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales con el objetivo de atacar símbolos clave de los Estados Unidos.
A las 8:46 de la mañana, el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la torre norte del World Trade Center en Nueva York, seguido por el vuelo 175 de United Airlines, que impactó la torre sur a las 9:03. Ambos rascacielos colapsaron en menos de dos horas, dejando una nube de escombros y caos en el sur de Manhattan.
A las 9:37, el vuelo 77 de American Airlines se estrelló contra la fachada oeste del Pentágono, sede del Departamento de Defensa, mientras que a las 10:03, el vuelo 93 de United Airlines, tras la heroica intervención de sus pasajeros, se estrelló en un campo de Pensilvania. Se cree que el objetivo de este último avión era la Casa Blanca o el Capitolio.
Los ataques, que dejaron 2,977 muertos y más de 25,000 heridos, provocaron una respuesta inmediata del gobierno estadounidense. El presidente George W. Bush calificó los atentados como “actos terroristas despreciables” y prometió perseguir a los responsables, desencadenando la posterior guerra contra el terrorismo que transformaría la política internacional en las siguientes décadas.
Esta jornada no solo marcó una herida profunda en el corazón de Estados Unidos, sino que cambió para siempre la seguridad global y las relaciones internacionales.
